El 21 de marzo de 1946, fecha que coincide con el Día de la Poesía, nació Miguel Abuelo. Fue una pieza fundamental para el desarrollo musical y poético del rock argentino.
¿Cómo pensar el rock argentino sin el paso de Miguel Abuelo en sus años fundacionales? Resulta imposible. Aquel hombrecito rebelde, pícaro, profundo y sensible cumpliría hoy 78 años.
Miguel Abuelo nació en Buenos Aires el 21 de marzo de 1946. Su nombre fue, hasta los 20 años, Miguel Ángel Peralta. Su infancia fue difícil. Virginia Peralta, su mamá fue madre soltera de él y de su hermana Norma 9 años mayor que él. En sus primeros años de vida, Miguel tuvo que vivir en un orfanato debido a que su madre se enfermó de tuberculosis y no podía cuidarlo.
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En los años que siguieron su rebeldía se desató en las aulas de las escuelas, de donde lo expulsaban. Se sabe que de tanto ir a la dirección, el director de una de esas escuelas, lo apadrinó, porque Miguel era un chico inquieto, pero brillante.
En su pelea por evitar ir a la escuela, trabajó como ayudante de lechero, repartiendo bidones y también como vendedor de sandías. Luego de varios intentos de su mamá para que no deje los estudios, a los 13 dejó la escuela definitivamente y consiguió trabajo en el correo. Al poco tiempo lo despidieron porque abría los telegramas y elegía, según su criterio los más importantes para entregarlos.
Los años siguientes de Miguel transcurrieron en diversos trabajos, todos relacionados con la calle, donde consolidó una personalidad desafiante. En algún momento de su adolescencia también se dedicó al boxeo, pero no prosperó en el deporte.
“No era un diamante en bruto. Era un diamante, brutos eran los demás. Era el barro que se subleva”, lo definió Andrés Calamaro en su testimonio para la película Buen día, día de Sergio “Cucho” Costantino y Eduardo Pintos. La definición parece perfecta para un ser que torció su destino para habitar intensa y artísticamente el mundo.
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El encuentro con la música
El pensamiento sofisticado de Miguel, un lector apasionado y fanático de Hegel y Nietzsche, se mezclaba con la picardía de un sobreviviente con calle encima.
A los 20 años, Miguel conoce a Moris, a Pajarito Zaguri, y a Los Beatniks. Junto a ellos también conoce a quien fuera su hermano de la vida: el escritor y periodista Pipo Lernoud. Luego se vincula a la movida de La Cueva, un bar ubicado en Pueyrredón y Rivadavia, en la ciudad de Buenos Aires donde también estaban Javier Martínez, Claudio Gabis, Tanguito y luego, Litto Nebbia. Todos ellos lo recuerdan recitando o escribiendo poemas, cantando bagualas o hablando de temas filosóficos.
En 1967, Miguel recibe la oferta de editar un disco, a través del sello CBS. El director del sello, Ben Molar, le preguntó por el nombre de su banda, que hasta ese momento no existía. Miguel rápidamente recordó la frase que había leído en la novela El banquete de Severo Arcángelo, de Leopoldo Marechal: “Padre de los piojos, abuelo de la nada”. Él mismo contaba que para salvar la situación dijo “Abuelos de la Nada”. Le dieron horario para grabar de inmediato y salieron con Pipo Lernoud a “cazar” músicos en Plaza Francia.
La primera formación de Los Abuelos de la Nada estaba compuesta por Eduardo “Mayoneso” Fanacoa, Claudio Gabis -después entró Pappo en su lugar-, Miguel “Miky” Lara, Alberto “Abuelo” Lara y Héctor Pomo Lorenzo. “Empezamos a ensayar en el living de la casa de Pipo. Para grabar lo llamamos a Claudio Gabis, un pibito que estaba tocando blues con Javier Martínez. Grabamos, sin ninguna experiencia, ‘Diana Divaga’ y ‘Tema en flu sobre el planeta’, que fueron los que salieron en el simple. Varios temas más quedaron grabados para un futuro long play. Para completar el grupo metimos a un pibe de Plaza Francia que tenía una velocidad increible con la guitarra: Pappo Napolitano”, recordó Miguel ese momento en un reportaje de la revista Expreso Imaginario (abril, 1981), que reproduce la web Rock.com.ar
Dos años después, Miguel Abuelo se va del grupo por diferencias estéticas (Pappo queda al frente). Gracias a Mandioca, el sello de Jorge Álvarez, Miguel logró grabar “Mariposas de madera” y “Oye Niño” dos temas solistas que felizmente forman parte de la discografía del rock nacional. grabó dos hermosos temas solistas que marcan definitivamente su lírica.
Luego de algunos traspiés, la mamá de Pipo Lernoud, un hada madrina para Miguel, lo ayudó para que viaje a Europa. Allí, Miguel Abuelo se sintió el completa libertad. Fue allí también donde se reencontró con Krisha, una bailarina con quien tuvo su único hijo, Gato Azul.
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El regreso y los Abuelos definitivos
A fines de la década del 70, Miguel después de separarse de Krisha y quedar detenido en Ibiza, regresa a la Argentina y retoma la idea de rearmar Los Abuelos de la Nada.
“Tengo una gran cantidad de temas nuevos y un concepto muy dinámico de lo que es estar arriba de un escenario. Utilizo todo lo que aprendí el teatro, la mímica, el folklore, el funk, y hago una mezcla nueva que tiene mi sello. Ya está el grupo casi armado, aunque no quiero decir nombres hasta que sea la hora de salir. Después de pasar casi diez años afuera, tengo toda la fuerza que hace falta para desatar el vuelo de mi música frente al público de mi país”, dijo Miguel sobre el regreso de Los Abuelos de la Nada.
Cachorro López, Gustavo Bazterrica, Daniel Melingo, Polo Corbella y Andrés Calamaro fueron los convocados para esta nueva etapa de Los Abuelos, con la que grabó cinco discos, entre 1982 y 1986. El primero de ellos fue producido por Charly García. Paralelamente, grabó Buen día, día (1984), una recopilación de sus últimos trabajos solista. En esa etapa, Los Abuelos de la Nada pasan las fronteras del país y se instala con fuerza en toda Latinoamérica.
Con el regreso de Miguel, que coincide con una nueva época del rock argentino, vuelven los colores a los escenarios. Sus rulos, sus collares, sus calzas brillosas y coloridas, pero también su espíritu rebelde.
En febrero de 1988, Miguel queda internado por un cuadro de infección luego de una cirugía de vesícula. Era VIH positivo y eso agudizó la situación de infección. El 26 de marzo de 1988 murió cuando apenas había cumplió 42 años.
Nadie más podría haber escrito “sobre la palma de mi lengua vive el himno de mi corazón”, una de las frases más hermosas que nos dio la música argentina. Miguel quedó inmortalizado en su voz profunda, con ese glamour hippie de los 60, con una picardía sofisticada y una lírica que marcó la calidad poética del rock argentino desde sus inicios hasta nuestros días.