
1969 fue un año que comenzó fragmentado. Brian Epstein, el hombre que los había descubierto y guiado al estrellato, ya no estaba. John Lennon, cada vez más distante, volcaba su energía en las performances pacifistas junto a Yoko Ono. Paul McCartney, ansioso por retomar las giras y ejercer el control creativo, se encontraba con la indiferencia de sus compañeros. George Harrison, en plena búsqueda espiritual, se refugiaba en la filosofía hindú intentando llenar los vacíos que la fama no podía sanar. Y Ringo Starr… Ringo seguía siendo el más terrenal de todos: cansado, desconectado, levemente aburrido de ser un Beatle.
Aún no se había publicado Let It Be, y Abbey Road llevaba apenas meses en la calle. Pero el espíritu que alguna vez los unió ya era algo lejano. Cada uno de los Beatles había comenzado a caminar en solitario, y lo que quedaba entre ellos eran silencios incómodos y una cadena de desencuentros que moldeaban, sin saberlo, la crónica de un final anunciado. Desde la repentina muerte de su manager Epstein, el grupo no solo quedó huérfano de liderazgo, sino también a la deriva frente a decisiones empresariales que nunca supieron, o quizás nunca quisieron, enfrentar.
Todo se desató en el Año Nuevo de 1968. La celebración tradicional del grupo ya era una ceremonia en ruinas. Cynthia Lennon ya no era parte del entorno, y John ni siquiera se presentó: estaba con Yoko. Los días que siguieron fueron una larga caída. Ringo se fue. George también. Volvieron. Pero la música ya era campo de batalla. El proyecto Get Back, con su premisa de registrar un disco en tiempo real, fue una verdadera prueba de fuego para la banda. Y, a todas luces, no fue fácil superarla. Sin embargo, un año después de aquella experiencia tan intensa como caótica, ofrecieron lo que sería su último concierto: 42 minutos en lo alto de la terraza de Apple Records. Allí, bajo el cielo abierto de Londres, tocaron como si quisieran recuperar algo que se les había escapado entre las manos. Y tal vez lo lograron, aunque solo por un rato.

En medio de esa tormenta, nació Abbey Road. El álbum fue una despedida sin confesiones. El 20 de agosto de 1969, los cuatro ingresaron por última vez juntos a un estudio. Dos días después, posaron para su última foto como banda. Luego, nada volvió a ser igual. Poco después se editó Let It Be, una obra marcada por el conflicto interno y por las decisiones estéticas de Phil Spector, cuya producción orquestal fue abiertamente rechazada por McCartney. Pero para entonces, el capítulo final ya estaba escrito.
Entonces llegó el anuncio. El 10 de abril de 1970, junto con el lanzamiento de McCartney, su primer álbum como solista, Paul incluyó en el comunicado de prensa una breve entrevista que terminó siendo una bomba mediática. Las respuestas eran secas, casi desganadas, pero no dejaban margen de duda. ¿Estaba planeando un nuevo disco con los Beatles? “No”. ¿Ese álbum marcaba el final del grupo o el inicio de su carrera solista? “El tiempo dirá”. Y cuando le preguntaron si su alejamiento era permanente o momentáneo, respondió: “Diferencias personales, diferencias de negocios, diferencias musicales. Pero, sobre todo, porque estoy mejor con mi familia. ¿Temporario o permanente? De verdad, no lo sé”.
La declaración fue definitiva. A sus apenas 27 años, el músico ponía punto final al fenómeno cultural más trascendental del siglo XX. Para el mundo, fue una puñalada; para él, una forma de salvarse. El diario Daily Mirror sintetizó el drama en una sola línea: “Paul abandona a los Beatles”.

Hoy, más de medio siglo después, la pregunta ya no es por qué se separaron, sino cómo lograron transformar para siempre la historia de la música en tan poco tiempo. En diez años vertiginosos, grabaron trece álbumes, encendieron una revolución cultural y nos revelaron que el arte puede ser rebeldía, dulzura, ruptura, evolución y refugio. Todo, al mismo tiempo.
“And in the end, the love you take is equal to the love you make”. Sí, al final, todo lo que dieron – y fue inmenso – sigue con nosotros. Y eso, quizás, sea lo más cercano a la eternidad a lo que puede aspirar un grupo de mortales.